viernes, 28 de julio de 2017

El rumbo

Hay políticos que pasan su carrera rodeados de encuestas de popularidad, quizás no explícita y literalmente envueltos de politologos pero sí constantemente preocupados por las opiniones que los demás tienen de uno mismo. En lógica evolución, esos políticos cuando alcanzan cierto poder tienen a su encuestador de cabecera como en tiempo antiguo un monarca podía tener a su pitonisa o su astrólogo. Lo primero que pone de manifiesto tal situación es que el político no tiene sus ideas o sus principios del todo claros, más bien intenta adaptarlos a lo que piensa será el agrado de una audiencia, de una población. Por supuesto que en los tiempos que corren sería insensato prescindir de cierta información estadística sobre la opinión de la población, pero nunca para condicionar las políticas por las que uno se supone se presenta como candidato. En la vida real, las personas que tienen la suficiente personalidad para guiarse por su criterio y no ceder al común popular suelen ser las más respetadas y admiradas. Se destacan... pero sobresalir tiene un precio que no todos son capaces de satisfacer. Al defender una opción se debe asumir que existirá una parte, puede que grande, que la rechazará con independencia de que pudiera ser la mejor de las posibles. A lo largo de la historia, las tendencias mejores o peores solo han podido ser alteradas por este tipo de personas, hombres y mujeres que primaban unos principios o unas ambiciones o más bien ambas al unísono sin supeditar sus decisiones a lo qué dirá el común. Solo la aparición de alguien así evitará el rumbo inexorable al que nos dirigimos y que puede parecer bien a la mayoría, pero a algunos como yo, sin grandeza pero con una opinión clara y firme, nos parece un auténtico desastre.

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