jueves, 3 de agosto de 2017

La Barcelona de las filias y fobias

Nunca he negado yo la especial idiosincrasia de Cataluña que la diferencia ampliamente del resto de España, quizás porque nunca he tomado la diferencia entre regiones como una razón de separación geopolítica, más bien como una condición implícita de todo país que tiene un cierto tamaño y se ve condicionada por su ubicación relativa, características climatológicas, orográficas, etc., pero sí que Cataluña, y más concretamente Barcelona ha venido a caracterizarse por recoger las ambivalencias más antagónicas de toda España. En una región que se ha desgañitado hasta el dogma en pregonar su fe por la corrección política, la formalidad, el diálogo calmado, la moderación, es justamente donde aparecen los brotes de violencia radical más frecuentes y extremos, donde colisionan las clases sociales con mayor virulencia, donde se dan las antípodas de una burguesía acomodaticia y medrosa con grupos antisistema que ven colmado su fin de semana ideal por el número de cajeros y contenedores reventados o quemados. Quizás precisamente la razón de tanta colisión y conflicto surja de una conducta impostada que solo trata de vender pero nadie compra para sí mismo. Al final todo acaba siendo aquello que pretendo ser por encima de lo que realmente soy.

Barcelona siempre se ha marcado aspiraciones muy altas para pertenecer a esa idealizada Europa de rancio abolengo que, entre maneras civilizadas, influencia y riqueza, se acaban tomando decisiones que condicionan al resto. Los Juegos Olímpicos del 92 abrieron como nunca la espita a esa posibilidad, la ciudad Condal no solo entró en el mapa europeo sino en el mundial por la puerta grande y claro, mostrar al mundo algo parecido al Edén tiene un precio: pecuniario por una parte, que engrandece las arcas de los burgueses que quieren la gallina para ellos solos; pero también el que explica que todo extranjero cosmopolita que se precie quiere tener la oportunidad de visitarlo o si es posible, de vivir en él y ello incide en la presión demográfica pero especialmente en la inmobiliaria. Un asunto que hurga en una de las heridas de una ciudad ya de por sí densa y como es lógico, incide en los dos frentes antagónicos de la sociedad barcelonesa que se acompañan del acostumbrado odio y violencia.

Y es que Barcelona y Cataluña son una paradoja en sí misma, realmente disponen de buen clima, excelente comida, mar y montaña en un radio máximo de una hora en coche, cultura de primer orden, un equipo de fútbol conocido a escala mundial (sin embargo no soy aficionado al deporte en cuestión), gente competente, seria y trabajadora, y puede que ello haya motivado a algunos a lanzarse al monte y reclamar su independencia, pero Cataluña tiene justamente más diferencias dentro de su territorio que comparadas con el resto de España, una hostilidad que solo la recreación de un enemigo grandioso puede distraer, pero ¿Se imaginan esa Cataluña independiente? ¿Se imaginan no disponer de un Leviatán al que poder culpar de todos los males? ¿Podríamos vivir sin las filias y las fobias? Això mai. (Eso nunca)

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