martes, 22 de agosto de 2017

Villarriba y Villabajo

En un mundo globalizado en el que la información entra por los cables de fibra óptica en tu hogar y pasa a tener un protagonismo inusitado, no existe posibilidad de ejercer una libertad material real. Con un bombardeo continuo sobre cómo debemos ser para denominarnos buenos ciudadanos y como consecuencia lo malos que seremos de no acatar la dominante presión normalizadora, no caben demasiadas alternativas para estos últimos.

El malestar se hará creciente y la brecha ideológica comienza a resultar insoportable. Allá donde uno mire entre el mundo occidental, las discrepancias son tan enormes y las implicaciones personales tan a la vista por la visceralidad de las reacciones que la idea de patria empieza a ser un término, como diría Zapatero, discutido y discutible. La patria y el patriotismo siempre se ha basado en una idealización identificable con el territorio natal extensible a las personas que habitan en el mismo y caracterizable por un sentimiento de pertenencia. Parece ser que dichos sentimientos en muchos casos han sido sustituidos por otros de fuerza parecida pero en contrario, de odio a los conciudadanos que viviendo en ese mismo territorio, llegan a tener una visión diametralmente distinta acerca de todos los conceptos de importancia que reviste la conciencia de un ser humano. Se diría que la identificación, en este mundo globalizado, puede darse con mucha mayor intensidad entre una persona a miles de kms de distancia pero con coincidencias ideológicas que con el vecino de al lado. Llegados a este punto, de no ponerse remedio, la confrontación que ahora es mayoritariamente virtual y ocasionalmente presencial, va a llegar a unos extremos de difícil encaje social.

La mal llamada información y su supuesto derecho, no es más que un combate global entre facciones que se dedican a escoger o desechar hechos noticiables en razón a la conveniencia ideológica que susciten y a partir de los mismos, ponerlos en la picota configurándolos en ejemplos, no de la realidad, sino como diseños decididos por sus próceres mediáticos y élites menos mediáticas. Lo importante en este caso es cuan disuasorios llegarán a ser y cómo impresionarán en las cabezas de su audiencia para lograr una implicación emocional suficiente con la cruzada de turno.

Así las cosas, no veo más solución que empezar a promover espacios de principios comunes, territorios de afinidad ideológica, o de lo contrario lo común será designar espacios hostiles y belicosos cada vez con más frecuencia. Para qué odiar al que piensa diferente, que se aplique su propia medicina y viva según sus postulados apechugando coherentemente con las consecuencias de sus demandas. Yo deseo fervientemente que el que quiera una ideología podemita, socialista, comunista, liberal progresista, liberal conservadora o libertaria pueda disfrutar de cada una rodeado de gente que comulgue con sus premisas y que no obligue a los demás a padecerlas. ¿Se podría implementar algo así? Someteríamos a prueba la palabra Libertad con mayúsculas y acabaríamos con las tendencias de algunos movimientos políticos tan dependientes de sus Némesis y de la Psicología inversa, tan desgraciadamente motivadora ella ...

Villarriba y Villabajo

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